Con mis propias manos


Cuando me lo contaron
sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro,
y un instante la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor.
Con pena logré balbucear breves palabras.
¿Quién me dio la noticia? Un fiel amigo.
Me hacía un gran favor. Le di las gracias. 
G.A.B. - Rima XLII


No importa cuan distraido llegue, cuánta gente haya, qué tan cansado esté o qué tan interesante sea la plática de quien venga conmigo; siempre he sido atraido por su presencia en los momentos más inesperados. Le reconocí al instante.

La encontré con la mirada, muy cerca de la puerta. Ella estaba de espaldas, él estaba a su derecha. Ella no me vio acercarme, él y yo cruzamos miradas. Aún puedo recordar un poco de esa sensación de rabia, de esas ganas de despedazarlo, de ese odio sin sentido que él y todos los de su tipo provocan en mi.

No puedo explicar cómo tan sólo unos segundos sirvieron para tomar una decisión tan difícil en mi. Podía alejarme como siempre lo he hecho, tratando de ignorar lo que sentía, más por resignación que por madurez. Pude haber salido sin que ella lo notara y por supuesto él no iba a comentar nada, pero espontaneamente comprendí que era momento de enfrentar las cosas. Decidí acercarme sin importar las reacciones. Decidí abrazarla y hacer que expresara su alegría de verme. Decidí que ese día sería el último que tuvieran que pasar un rato juntos.

Cuando llegué a su lado volteó y sonrió inmediatamente. Se levantó no pudiendo contener su sorpresa. Me abrazó no pudiendo esconder cuánto me había extrañado. Permaneció en mis brazos aclarando que ahí es a donde pertenecía. Nos separamos ligeramente y observamos las almas. Sonriendo, repasando momentos, borrando el mundo que nos rodeaba.

Tarde o temprano teníamos que regresar a la realidad. Me miró comprensiva y yo la miré divertido. Nos entendíamos perfectamente. Ella sabía por qué yo sufría y yo sabía que era inevitable que compartieran momentos, al fin y al cabo trabajaban juntos. Sabiendo todo esto, invoqué por últma ocasión toda la aversión que sentía hacia aquél ser repugnante, y a modo de broma pregunté


 -Si me vieras dispuesto a romperle el cuello ¿lo defenderías?

Pocas veces he recibido una respuesta tan grata, difícil imaginarme una prueba de amor como esta; movió su cabeza negativamente y separó brevemente sus labios, no dijo mucho, pero me hizo el hombre más feliz de este mundo.

 -Dejaría que lo disfrutaras.

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