R


Cada paso hacia tu casa está lleno de hojas extrañas y
personas sin igual. Recojo una ramita en forma de erre
y se me acerca un fulano con cara de abuelo pidiendome
fuego.

Hoy he pensado en tí. No sé cómo pudimos
terminar tan encabritados por una ramita violando
tu espacio personal a la altura del ombligo.

Si te reclamara esa manera tuya de repetir cada
diez segundos el nombre de con-quien-platicas terminarías
burlandote de mi hedor de pies y de mi herramienta chueca.

He dejado de bordar el suéter que te tenía pensado.
No quiero más tu agua de horchata ni tus besos en
los dedos. Quiero más locura tuya, quiero tus suspiros
y tus buenos deseos.

Una ramita y tu ombligo. La forma de una erre apunta,
por sus curvas y sus ángulos, a un recorrido imaginario
por un espacio: el de tu piel. Puedo seguir la sutileza
de los vellos que dibujan una ruta hacia tu sexo, o puedo
perfilar la curva que delimitan tus costillas, hundimiento
del terreno en el que magníficos, aunque breves, se insinúan
tus pechos. En tus pezones se manifiesta el frío del aire que
se encuentra con lo agitado de las respiraciones. En la humedad
de tu cuerpo, vuelto súbitamente entrepierna, se anuncia el mundo
en medio del calor y la débil fortaleza de un sexo asustado ante la
monumentalidad de la carne.
Por eso, por nuestra desnudez, tu suéter quedó interrumpido,
por tu piel el temor de los humores, por el deseo la saciedad
de la horchata y el ansia de tu lengua.

Caliper y Tonasan, Primavera 2010



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